Esta publicación la he con el ánimo de más de visibilidad al cáncer de ovario, ya que, a pesar de su incidencia, la investigación sobre la capacidad funcional de estas pacientes y el efecto del ejercicio es menos extensa y conocida que en cánceres de otras localizaciones.
El cáncer de ovario es el séptimo más diagnosticado en mujeres, y el más común de los cánceres ginecológicos. Debido a que la naturaleza de los síntomas no es específica y a la falta de test de screening efectivos, entre el 70-75% de las mujeres que reciben este diagnóstico lo hacen en un estadio avanzado de la enfermedad.
Al igual que el resto de pacientes oncológicos, las mujeres con cáncer de ovario padecen una serie de síntomas y efectos secundarios, tales como la fatiga, dolor, pérdida del apetito, estreñimiento, diarrea, náuseas, vómitos y disnea, molestias abdominales (dolor, hinchazón, calambres e indigestión), insomnio, neuropatía, disfunción sexual, el aumento de peso y la pérdida de peso. Afecciones psicológicas como la ansiedad y la depresión se da entre un 20% de las pacientes. Algunos tratamientos pueden ocasionar hipertensión, proteinuria, complicaciones de cicatrización de heridas, episodios trombóticos y perforación gastrointestinal.
Además de los efectos secundarios, pueden presentar comorbilidades como hipertensión, artritis, hipercolesterolemia, alteraciones del tiroides y problemas músculo-esqueléticos. A su vez, esto es más frecuente en pacientes obesas, como son el 15-30% de estas pacientes.
Como podrás imaginar, gran parte de estos efectos secundarios y comorbilidades afectan negativamente a su calidad de vida y suponen una barrera para el ejercicio. Y no sólo durante la enfermedad o el tratamiento, ya que estos efectos secundarios se pueden dar hasta en un 20% de las supervivientes libres de enfermedad.
Aunque el estudio del efecto tanto de la actividad física como del ejercicio físico no es tan conocido como en otros cánceres, se sabe que aquellas pacientes de cáncer de ovario que informan tener un deterioro funcional, presentan menos niveles de actividad física, mayores comorbilidades, fatiga, neuropatía periférica y un aumento de los trastornos psicológicos. Por tanto, se hace necesario la inclusión de estas pacientes en programas de fisioterapia orientados a mantener y/o mejorar la función, manejar los efectos secundarios y facilitar mayores niveles de actividad física en estas pacientes.
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